Vivo en una ciudad al lado del mar mediterráneo, cuya población supera los 32.000 habitantes.
Disponemos de playa y espacios verdes, parques, y un río antiguamente muy contaminado por la industria, hoy en día recuperado, en el que se pueden ver aves migratorias. En este río las autoridades han hecho un esfuerzo y una labor excepcional con su rehabilitación. En los márgenes del río (ambos lados) es todo de un césped cuidado (en algunas zonas más que en otras), y se ha convertido en un espacio donde las personas que vivimos aquí disfrutamos de paseos agradables, picnics, partidos de fútbol, cricket o cualquier otro deporte. De vez en cuando se dejan ver algunas aves, unas migratorias y otras que han hecho de este río su casa durante todo el año. Es un placer pasear y poder ver una garza real (Ardea cinérea), una garceta común (Egretta garzetta), incluso un flamenco (Phoenicopterus ruber) reposando tranquilamente, entre otras muchas aves1. Además, hay una zona concreta donde los conejos han hecho también sus madrigueras y aparecen a las primeras horas del día o al atardecer.
Hasta aquí todo un panorama idílico para poder disfrutarlo con los perros.
Ver esta señal en nuestro país es muy frecuente. En muchos establecimientos, este cartel desgraciadamente está en sus puertas. Esta imagen de un perro con una barra roja, indicando que los perros en ese lugar están prohibidos. No sólo están en establecimientos. En lugares públicos como parques (y no me refiero a parques de ocio para niños), áreas abiertas, playas… etc., esta imagen forma ya parte del paisaje.
En algunos Ayuntamientos hacen la vista gorda cuando los llevas sueltos en zonas no habilitadas para perros. No suelen perseguir a los propietarios de perros, aunque sé que en otras localidades ya han empezado a hacer “redadas” y multar.
Disfruto de cada paseo con mis perros por el margen del río. En verano, Lua acaba siempre dándose un remojón contra el calor o jugando con el agua de los aspersores. A Elwood le encanta investigar y meterse entre los cañizales.
En uno de los márgenes del río hay un carril bici. Ahí fueron los primeros paseos de Lua siendo cachorra, viendo gente correr haciendo ejercicio, bicicletas y niños jugando a la pelota. Le enseñé a no cruzar del césped al carril bici. Si le da por correr, no es necesario que la esté llamando para que no vaya al carril bici: de forma automática ella misma redirige su carrera de nuevo al césped. Esto no significa que me tenga que despreocupar; sabemos que hay cosas que ocurren en segundos, así que nunca quito el ojo de encima a ninguno de mis dos perros mientras los paseo, no sólo por las bicis, sino por otras muchas razones de seguridad para ellos mismos (para eso estoy ahí) y para los demás. Elwood también disfruta dándose unas carreras como buen podenco, pero cuando se excita demasiado no duda en cruzar esa línea imaginaria para el carril bici. Así que cuando veo que empieza a correr sin rumbo, sólo por el placer de correr, a veces tengo que llamarlo y cortarle ese momento de diversión (es lo que toca si no quiero que lo atropelle una bici o le corte el paso a un corredor) antes de cruzar esa línea imaginaria y antes de que entre en un estado de “no escucharme”.
Hay quienes van con sus perros a pasear, pero no es un paseo para los perros sino una salida social para hablar con los amigos de los perros del parque. Dejan a los perros al libre albedrío –no estoy en contra de ello ni mucho menos- pero sin ninguna supervisión –de esto último es de lo que quizá yo discrepe en recintos donde los perros (y ciclistas, corredores y niños jugando) no están seguros. De repente pueden aparecer en el carril bici unos cinco perros correteando, los propietarios los llaman y los perros están tan concentrados en sus persecuciones y diversión que no escuchan nada. Cuando los llaman ya es demasiado tarde; ya se han metido en el carril prohibido, o han cortado el paso a algún corredor, o le han quitado la pelota a algún niño. Los desenlaces suelen ser varios: propietarios desesperados llamando a sus perros en peligro de ser atropellados, provocar la caída de un ciclista o corredor… etc. Después viene la regañina al perro por “no haber hecho caso cuando te llamé”, ciclistas y corredores furiosos, discusiones acaloradas entre propietarios de perros y las otras personas que también están en el mismo espacio.
En invierno me gusta darles paseos en la playa también, olores distintos, correr en la arena sin ninguna preocupación. El correr en la arena de la playa les encanta, hundiendo sus patas, salpicando arena al galopar. Y también me gusta dar estos mismos paseos en verano en el mismo lugar. Pero en verano, la playa está repleta de gente tomando el sol, disfrutando del mar, cogiendo un bonito color tostado y leyendo. ¡A mí me encanta! Cruzando unas rocas, en dirección a la desembocadura del río, hay una pequeña playa en la que no hay ningún cartel que diga que se admiten perros, pero los que tenemos perro vamos allí. Me he encontrado personas que vienen de fuera sólo por poder ir con su perro a la playa, plantar su sombrilla y darse un buen baño con sus perros; para mí, uno de los mayores placeres de la vida. Allí sabes que no molestas a nadie, todos allí están con sus perros, pero esa pequeña playa está medio abandonada (por no decir del todo abandonada). En nuestra última visita, en la arena aparecieron un par de anzuelos enormes, latas tiradas y porquería en general. Y en esta misma visita, uno de los socorristas de la playa “grande” nos advirtió que pronto pondrán una señal de playa prohibida porque está sin vigilancia. En nuestra penúltima visita, una pareja llevaba a su perrita de tamaño medio. Estaba en celo y en sus días álgidos de aparearse con un macho. Los machos sin castrar estaban como locos persiguiéndola, intentando montarla, los propietarios venga a llamarlos, a reñirlos (todos los de los machos y el propietario de la perrita en celo) frustrados porque sus perros se escapaban sin hacerles caso e intentaban montar a la perra. ¡Marrano!. ¡Ven aquí! ¿Qué te he dicho? ¡Déjala tranquila! –se escuchaba.
Cuando los paseos tienen que ser más cortos por falta de tiempo, éstos son en un paseo de tierra de unos tres metros de ancho. Tras estos tres metros, hay unos pequeños jardines, algunos con flores, otros con césped y arbustos. A cada dos pasos hay una papelera y un cartel que indica “Por favor, recoja los excrementos”. Y no hay un día que pasee con mis perros por allí que no me lleve un “regalito” en mis zapatos. Adoro a los perros, pero no me gusta pisar las cacas de otros que no han recogido los excrementos de sus perros porque yo sí recojo las de los míos por educación y respeto a los demás.
Queremos más derechos para nuestros perros, se lo merecen. Merecen más espacios donde poder divertirse y hacer ejercicio, conocer y socializar con otros perros. Merecen tener más playas aptas para que podamos ir con ellos, nadar, disfrutar juntos, tomar el sol y descansar en la arena, rebozarse en ella.
Pero como propietarios de estas maravillosas criaturas, también nos toca hacer los deberes. Debemos ejemplarizar, hacer ver al mundo que somos considerados, respetuosos y cívicos con nuestro entorno y las demás personas que viven en él. Necesitamos más cultura canina (y no de parque) para concienciar a las personas que hacen las cosas mal con sus perros simplemente por desconocimiento. Necesitamos más civismo; de nada sirve que el Ayuntamiento nos provea de postes con bolsitas para recoger las cacas si llega el iluminado de turno y se lleva todas las que hay. Respetar a las personas a las que no les gustan los perros; hay gente que les tiene miedo o simplemente no les gustan. Y todos convivimos en un mismo espacio, compartimos las mismas áreas de ocio.
La única vía que tenemos para que nuestros Ayuntamientos nos escuchen, es conseguir, entre todos, cumplir con nuestras obligaciones allá donde vayamos con nuestros perros:
- Educar a los perros para que puedan vivir y convivir en el entorno que les ha tocado estar.
- Educar a las personas para crear esa cultura canina que poco a poco vamos consiguiendo en España, pero que aún está muy lejos del objetivo.
- No olvidarnos de nuestros perros durante los paseos. Estar por ellos y con ellos.
- Respetar a las personas que no quieren perros cerca.
- Mantener las áreas limpias de excrementos de nuestros perros.
- Respetar a los perros que no quieren interaccionar con los nuestros.
- Concienciar (que no imponer) a las personas sobre la importancia de la tenencia responsable de un animal.
- No imponer – exigir derechos pero no cumplir con las obligaciones.
- Recordar la frase “Mi libertad se termina donde empieza la de los demás” – Jean Paul Sartre.
Quizá cumpliendo con alguna de estas obligaciones y deberes, podamos conseguir algo. Quizá yo comience una campaña de recogida de firmas aquí en mi ciudad para que habiliten esa pequeña zona de playa para las familias con perro. Y de momento mi primera acción será pinchar un cartel de estos que he diseñado en cada caca que vea sin recoger en mi ciudad. Os lo podéis bajar y hacer lo mismo 😉
Y quizá con el tiempo, consigamos algo parecido a lo que ya han hecho en varias ciudades del país:
Las Palmas de Gran Canaria: http://www.laprovincia.es/las-palmas/2012/06/01/ciudad-estrena-primer-parque-canino/461431.html
Vigo: http://www.farodevigo.es/gran-vigo/2012/08/10/primer-parque-canino-abre-beiramar/673056.html
Zaragoza: http://www.heraldo.es/noticias/aragon/zaragoza_provincia/zaragoza/2012/07/15/el_actur_tendra_zona_esparcimiento_para_perros_195756_301.html
¡En un futuro lo conseguiremos!
Fuentes: